Por Rodrigo Savazoni*

Siglos atrás, al pie de la cordillera de los Andes, un grupo de mujeres sobrevivió a la invasión de América por aquel pueblo liderado por hombres que tenían sed de plata, oro y sangre. Allí, en la ribera de un largo río, iniciaron la edificación de un poblado, que se desarrolló como un matriarcado, o sea, colocando la política al servicio de la vida.

Las mujeres construyeron en el centro de la villa un edificio en círculo, donde, diariamente, se reunían para compartir su día y trazar planes de futuro en común. En esas ruedas, no hablaban solamente de los desafíos venideros, sino también de sus realizaciones, personales y espirituales.

Una vez por semana, hacían una hoguera y contaban las historias que habían tomado de la naturaleza y tejían una linda tela de convivencia y amores.

Esas mujeres, cuando precisaban solucionar un problema, hacían una llamada de ideas a la propia comunidad, seleccionando aquellas mejor elaboradas. Después de eso, invitaban a otras personas de la propia comunidad, y de comunidades vecinas (con conocimientos complementarios) para poner en práctica aquella buena idea.

Así, valiéndose de la inteligencia individual y colectiva, de la fuerza que nace de cada una y cada uno de nosotros, iban transformando la vida de todas para mejor.

Por muchos años, esa aldea vivió de la prosperidad producida por la comunión en la diferencia. Los laboratorios ciudadanos, los LABIC, se inspiran en esa memoria para ayudar a reconstruir América Latina.

*Rodrigo Savazoni es Director del Instituto Procomum de Brasil, y mentor de LABIC.