NOTAS SOBRE EL LABIC, COLOMBIA

22 de noviembre de 2016

Por @RodrigoSavazoni

En noviembre,
su nombre, de repente, fue el nombre de los días,
y la humedad del aire mi deseo
PIEDAD BONNETT

Pensé escribir un texto más largo, uno en el que todo se encajara y tuviera sentido. Hace ya casi un mes que volví de Colombia, del Laboratorio de Innovación Ciudadana promovido por la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB), y no he podido producir nada coherente. Al principio, porque aún estaba desbordada de emociones con la experiencia. Ahora, porque todo va y viene en fragmentos potentes, que he manejado cotidianamente.

Fue la primera vez que me sometí integralmente a ese acelerador de partículas que es un laboratorio basado en la metodología desarrollada por MediaLab-Prado. Una metodología exitosa, premiada y reconocida, que surge con los Interactivos y avanza hacia los LABICs, con adaptaciones y mejoras realizadas por el Proyecto de Innovación Ciudadana. Así pues, he elaborado algunas notas, de distinto tamaño y calidad, sobre distintos aspectos de esa experiencia que he vivido. Mi participación ha contribuido enormemente a transformar mi mirada, pero también a fortalecer algunas convicciones.

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Laboratorios como metodología

La metodología de laboratorios es muy potente. Desde que MediaLab-Prado desarrolló los Interactivos, programa destinado a las artes, su ejecución ha venido perfeccionándose. Elaborada como código abierto, se ha replicado en muchos países, entre los cuales Brasil. Y, como todo software libre, siempre está en evolución. Este año el equipo de Innovación Ciudadana de la SEGIB, coordinador de los LABIC, avanzó en aspectos esenciales como la participación local, diversidad temática y comunicación/documentación.

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Así funciona: se hace inicialmente una convocatoria de proyectos destinada a seleccionar diez propuestas. En el caso de esta edición colombiana, se ha prestado especial atención a proyectos de innovación que tuvieran como recorte la inclusión social, de personas discapacitadas, de afrodescendientes, de pueblos indígenas, de mujeres, etc.

Una vez seleccionados los proyectos, los cuales en la propuesta enviada a la convocatoria deben describir el tipo de colaboradores que necesitan (un ingeniero, un sociólogo, un comunicador, un experto en realidad virtual, y así seguidamente), se realiza una segunda selección, ahora para colaboradores. Para cada proyecto se seleccionan diez personas que trabajarán con el promotor de la propuesta, formando un equipo multidisciplinario y heterogéneo.

Al cabo de esta etapa, llegamos entonces a 110 personas que participan en un encuentro de dos semanas – en el caso de LABICCo en Cartagena de Indias – donde el enfoque estaba en cooperar, colaborar, crear, de forma intensa y verdadera.

El laboratorio dispone asimismo de un equipo técnico formado por los coordinadores, mentores, mediadores tecnológicos y regionales (cuando hay comunidades implicadas).

En mi opinión, el mejor aspecto de esta metodología es poner en contacto a distintas personas, con distintos conocimientos, alrededor de problemas comunes. Evidentemente, no es el único método que propone este tipo de experiencia, pero en este caso funciona verdaderamente. Lo cual no es poco. Es muy interesante ver la travesía entre el punto de partida del proyecto y su resultado final. En el caso del LABICCo, casi todos los proyectos ya habían comenzado su desarrollo virtualmente, los días que antecedieron al laboratorio, por medio de listas de discusión y reuniones remotas. Cuando llegaron a Cartagena, ya pudieron acelerar la cooperación.

Los promotores, evidentemente, se guardan para ellos la responsabilidad de hacer que la idea “original” sea el hilo conductor del trabajo, pero es muy común que ocurran adaptaciones basadas en la interferencia de los colaboradores y los mentores. En algunos casos se modifica totalmente la propuesta “original”.

El riesgo ronda el proceso. ¿Saldrá bien? ¿Saldrá mal? Pero, al final, ¿qué es “salir bien”? Y aquí entra un tema esencial, que este año hemos trabajado de forma muy intensa: la documentación. Se espera que un laboratorio produzca prototipos, preferentemente que puedan seguir desarrollándose pasados los quince días. Pero también – y creo que ese fue nuestro principal aporte en la edición de este año – que cuente una historia, primordialmente la historia de cómo esa tecnología desarrollada puede resolver problemas concretos. Un laboratorio ciudadano no es solamente un espacio de producción de prototipos tecnológicos, sino sobre todo de generación de conocimiento.

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Sobre los mentores

Me han invitado como mentor. En principio, alguien que acompaña de cerca los proyectos y auxilia a los equipos para que realicen sus objetivos. Los mentores éramos la brasileña Cinthia Mendonça, el español Raúl Oliván, la colombiana Andreíza Anaya y yo. A nosotros se sumó una metamentora, la española Lorena Ruiz. Estuvimos bajo la coordinación de Pablo Pascale y Mariana Cancela. Los mediadores locales eran Cecilia Caraballo, que además de sumamente articulada es una cantante increíble, y Emanuel Julio, ambos de Cartagena. Los mediadores tecnológicos Sergio Bromberg y Mario Alzate.

rodrigo3Cinthia Mendonça, Rodrigo Savazoni, Andreíza Anaya, Lorena Ruiz y Raul Oliván

 

Los mentores éramos muy distintos. Diversos, diría. Solo Cinthia había participado como mentora en otros proyectos. En varios proyectos, de hecho. Mi encuentro con Cinthia —  quiero registrarlo  — lo guardo como uno de los capítulos bonitos de esta experiencia, porque con su generosidad y oído atento, no solo ayuda en los proyectos como nos ayuda  — a los demás mentores — a que escuchemos mejor lo que se está diciendo. No en vano nos pareció el tipo ideal de mentora, que debería clonarse para asegurar el éxito de los laboratorios. Ya nos habíamos encontrado por la vida, pero sin mucho tiempo para cultivar el tiempo como hacen los buenos mineiros. Y, al permitirnos ese tiempo, he descubierto a una amiga.

Fue Malraux quien escribió, si la memoria no me falla, que solo poseemos de alguien lo que en él modificamos. Lo inverso también es válido. Quienes contribuyen a nuestra transformación se llevan con ellos un pedazo de nosotros. Lorena, por ejemplo, me enseñó el humor del norte de España y me hizo visualizar el momento adecuado de hablar y de callar. Un arte, sin duda.

Siento que conseguimos una estupenda integración con los mediadores locales, que se encargaron de hacer que los proyectos se conectaran verdaderamente, respetuosamente, con la comunidad de Cartagena. Aun así, conocí mucho menos del territorio de lo que me gustaría, y quizás esa circulación hubiese sido sana para mí (queda para otra ocasión).

rodrigo4Equipo del proyeto Somos de Aquí en una comunidad indígena de Cartagena

Con los mediadores tecnológicos, creo que necesitamos pensar mejor su función e integración. Asimismo, asignarles un estatus más grande para que los proyectos comprendan que no son “tapones” para la ausencia de algún colaborador. Siento que podríamos generar, desde la experiencia, un diagrama de trabajo y descriptivo de esas funciones. No como algo fijo, sino como un punto de partida. Dejo la idea.

Hubo un momento en el que Andreíza me buscó para decirme que se sentía solitaria en la función. Yo también lo sentía. Reconozco que llegué a no verme cómodo en ese rol, casi me desconecté de la dinámica, sobre todo al comienzo de la segunda semana, cuando por motivos ajenos a mi voluntad me perdí las presentaciones parciales de los proyectos. Tras ese diálogo, fuimos juntos a circular a los grupos, y recobré el aliento. Porque esto también ocurre en esas dos semanas. Todos vivimos altibajos. De ahí la importancia de las noches indisciplinadas y las carreras matinales, junto a Raúl Oliván, ese ser que es una fábrica de creatividad, realización y a quien tengo el placer de llamar amigo.

Un mentor no es un profesor, no es un tutor, sino una mano tendida. Es más bien un colaborador, que puede desarrollar una mirada externa al proyecto. Es también un provocador. Sirve para sacar al proyecto de su punto de comodidad, siempre con la preocupación de después ayudar a que se reconstruya – preferentemente de forma aún más potente. No puede hacer valer su voluntad. Debe saber escuchar, atentamente, y producir empatía. No debe mirar solamente al promotor del proyecto, sino al conjunto del grupo, actuando para dirimir eventuales conflictos internos o, al menos, para ponerlos de manifiesto con el fin de contribuir a su resolución.

Es una función noble, la del mentor, como también la de los mediadores. Cuando formamos un equipo integrado, generamos una organicidad que es beneficiosa a todas y a todos. Tengo por cierto que a lo largo de los días nos fuimos convirtiendo en un equipo y, ahora, con alguna distancia, creo que fue uno de los mejores equipos con los que he trabajado nunca. Y estoy seguro de que los buenos mentores son absolutamente esenciales para el éxito de un laboratorio ciudadano.

Me esfuerzo por producir un registro objetivo y mis dedos se entregan a la voz del corazón (no me importa que suene cursi). Cómo no hablar del liderazgo sano de Pablo Pascale y Mariana Cancela, que se relevaban en sus funciones de forma casi invisible, de tan perfecta. Pablo, psicólogo diplomático, gestor eficiente, movilizando sus mejores talentos para crear las mejores condiciones para los participantes. Mariana, a veces dulce, a veces incisiva, atenta a todo y todos, celebrando cada avance y victoria de forma contenida pero explícita. Liderazgos como los suyos son absolutamente esenciales para el éxito de cualquier proyecto.

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De amores y otros calores

Un laboratorio de innovación ciudadana como el que vivimos en Cartagena de Indias no es tan solo un espacio de trabajo.  Es, sobre todo, un espacio donde compartir sueños. Un viaje a nuestros mejores valores. Fue como un campamento de verano, de esos que son tema de películas adolescentes, pero formado por personas de una belleza descomunal, de distintas edades, colores, credos y creencias.

Para hacerse una idea, quedémonos con unos cuantos números oficiales de LABICCo: más de 100 personas, de 15 países y 60 ciudades. A cada mirada cruzada seguida de una conversación, un descubrimiento increíble. Como el día en que hicimos la noche Pecha Kucha (metodología de diseño en la que el ponente presenta 20 diapositivas que ruedan automáticamente cada 20 segundos), orientada a presentaciones libres de los participantes, y en la que Rafa Cortez, un ingeniero mexicano que participó en las tres ediciones y colaboraba con el proyecto Marimba Inclusiva nos preguntaba: “¿Sabéis cuántos años tengo?” Esto después de narrar que ya era dueño de una empresa de desarrollo de hardware y software que emplea a más de 20 personas. “Tengo 21 años y el LABIC en Veracruz me ha cambiado la vida”. Fue ovacionado.

O Ana Varela, colaboradora del proyecto Gente Fuerte, que esa misma noche nos presentó un emocionante trabajo artístico que viene desarrollando, donde reúne, mediante el diseño, fragmentos de su padre, al que no conoció, víctima de la violencia en Colombia. Ana, una artista genial, estuvo allí todo el tiempo. Y nosotros podríamos incluso no saberlo, pero lo sabíamos.

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El poeta Raúl Oliván abordó las imágenes de esas personas para producir pequeños cuentos al estilo del realismo mágico, apoyándose en las fotos del colombiano Andrés Mosquera (son suyas las fotos que reproduzco en este artículo). Son tantas las personas a las que voy recordando, pero no puedo parar de pensar en Marito (en la foto), un experto en ordenadores, enano loco, al que como escribió Raúl nadie mira desde arriba porque es un gigante. O en Gabriel y Raíssa, del proyecto Co.madre, tantos amigos en común en Brasil para que nos conociéramos en Colombia.

En los locales nocturnos, en fiestas, largos recorridos por la ciudad antigua o en una cerveza sentados en la muralla, bañados por el agua de nuestros cuerpos que el calor y la humedad del aire evocaban, desarrollamos relaciones de amor que van más allá de nosotros. Nos enseñan sobre nuestros pueblos, nuestras diferencias, nuestros deseos y limitaciones. Si el proceso de construcción social es el resultado de los intercambios culturales entre los pueblos, entonces LABIC también es un laboratorio de integración geopolítica. Un laboratorio de afectos.

Para las próximas ediciones, creo, incluso, que deberíamos cuidar aún más ese momento de intercambio fuera del entorno de trabajo. Salí con la sensación de que conocí a mucha gente y me encanté con muchas personas, pero también con el deseo de saber más de cada uno, aún más.

Estamos todos actualmente reunidos en grupos de Telegram, nos hicimos amigos en redes sociales, como Twitter y Facebook, podemos acompañarnos a distancia, y eso es estupendo. Tampoco puede perderse la espontaneidad de las relaciones. Pero me gustaría pensar una “programación cultural” para el próximo LABIC, algo que ahonde más en esta dimensión agregadora, generando aún más conexiones potentes. Porque es de verdad, un proceso sumamente cálido.

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Sobre el derecho a hacer y el derecho a contar

Recuerdo una conversación que tuve con la activista Daniela Silva. Está publicada en mi libro A Onda Rosa-Choque — reflexões sobre redes, cultura e política contemporânea. En esa conversación, Daniela, que encabezó una de las comunidades hackers más activas de Brasil, la red Transparência Hacker, decía que se veía como una activista del “derecho a hacer”. Este es un tema que dentro de la ética hacker ha sido siempre muy fuerte. En oposición a la política de los discursos, del habla excesiva, donde se discursa mucho y se hace poco, surge un movimiento absolutamente necesario de personas que quieren transformar la política con sus propias manos. En este sentido, generar códigos, procesos, plataformas para poner la democracia al servicio del bien común– y no como títere de las corporaciones. Este espíritu es heredero de la lógica del do it yourself, alma de la cultura punk y otras tribus de insatisfechos. Chris Carlsson, en su excelente libro Nowtopia, nos llama hurgones — agentes que hurgan el mundo buscando respuestas palpables.

Ocurre que, muchas veces, ese derecho a hacer también aleja a las personas “comunes” de los procesos de participación, porque crea una nueva capa de distinción: la de la falta de experiencia técnica. No deja de ser común, tras un maratón hacker, toparse con la presentación de un proyecto que solo describe sus especificidades técnicas y su recorrido de desarrollo. Escuchándola, alguien puede intuir que está delante de un estupendo invento computacional. Pero ¿para qué? ¿A quién sirve? De ahí la importancia, en mi opinión, de las historias. De ese otro lenguaje de programación que procede del idioma que aprendimos de niños. Un proyecto de innovación ciudadana debe contar una historia, preferentemente con enfoque en el ciudadano y el problema que soluciona– con la comunidad y para la comunidad. Es decir, no solo hacer, sino también contar.

Durante el LABICCo, eso lo trabajamos de forma muy intensa. Desde el primer día, pedimos que los proyectos nos contaran sus historias. La jerga no fue buena, ya que casi todos recurrían a jerga técnica y/o narrativas superficiales. Pablo Pascale, coordinador del laboratorio, les pedía que hablaran como si estuvieran delante de su madre, una señora uruguaya algo reacia a las tecnologías. No tuvo éxito inicial.

Sin embargo, a lo largo de los días la centralidad de las narrativas fue creciendo. Porque los proyectos entendieron que la comunicación no es lo que hacemos una vez terminado nuestro proyecto, con el fin de venderlo o difundirlo. La comunicación debe ser una dimensión orgánica del proceso de construcción, porque es capaz de acercar a los diferentes, reduciendo brechas de entendimiento que el discurso especializado quizá produzca. Con una comunicación eficaz, más personas pueden colaborar y cooperar con el proyecto, porque se sienten cercanas a él– la comunicación es la base de la colaboración.

rodrigo6Tomemos como ejemplo el proyecto Interfaz Urbana para Personas con Discapacidad. Un nombre asustador, ¿verdad? Propuesto por un ingeniero genial, el argentino Gabriel Gómez, Gabo (en la foto), que participa en una cooperativa de desarrollo tecnológico en Santa Fe, el proyecto consistía en producir tecnologías sensibles para auxiliar a personas discapacitadas. Especialmente, una placa para uso en semáforos o paradas de autobús que ayudara a una persona ciega a ubicarse y así poder desplazarse con autonomía. Al comienzo del proyecto, Gabo hablaba de cemento, arduino, conectores, y de cómo las tecnologías del Internet de las cosas eran geniales.

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A lo largo de los días, en su equipo multidisciplinario, contactó con personas con discapacidad, entre las cuales una de las colaboradoras, Luz González (en la foto). Fue Luz, una activista increíble, ciega y sorda, quien encabezó el proceso de concienciación de Gabo. Un proyecto que desembocaría en visitas a una fundación de Cartagena de Indias que trabaja con esta temática. Entonces, Gabo se puso en el lugar de un ciego. Vendado, acompañado a distancia por un experto, salió a caminar en los alrededores de la sede de la Fundación Rey para procurar comprender el problema que trataba. Y comprendió que ciudades inteligentes — ultraconectadas — no serán nada agradables si no tienen paseos (sencillos paseos) adecuados a todas las personas (lo cual no existe en toda América Latina). Se rebautizó su proyecto con el nombre “Ciudad Mía”.

Era un equipo muy implicado, y por eso sus participantes produjeron una serie de pequeños prototipos, entre los cuales un plano inteligente de cemento de la Fundación Rey para que sus usuarios pudieran ubicarse con autonomía. En su presentación final, Gabo nos preguntaba: “¿sabéis de verdad de qué estamos hablando aquí?”. No lo sabíamos. Pero él sí. Y nos contó una historia en la que la tecnología era verdaderamente un medio para mejorar la vida de las personas. Una historia emocionante, a la altura de su invento. No era una comunicación utilitarista. Era realmente el reconocimiento de que, comunicándose, cambiando su mirada, se acercaría más a la gente con la que le gustaría cooperar. Y abriría la puerta para que esas personas, con sus peculiaridades, se sintieran cómodas al compartir su conocimiento.

Por fin

No me gustaría parar de escribir. Pero voy a parar. Quizás surjan más notas a lo largo de los días. Todo sigue muy vivo dentro de mí y a veces pienso que nada de esto ocurrió, que éramos solo personajes de una novela del realismo mágico. También puedo decir que nunca tuvo tanto sentido para mí la frase de Daniel Pádua, activista de la cultura digital brasileña, precozmente fallecido, “nos sobra la tecnología, lo que importa son las personas”.